Es esta una película dura y furiosa, una mirada desesperanzada a las instituciones penitenciarias menos influida por el estilizado noir de Un profeta que, probablemente, por la durísima y desesperada Escoria, de Alan Clarke. También marcada, en cierto modo (especialmente en la gestión de los procesos pedagógicos), por la cuarta temporada de The Wire, solo que alejada de la mirada innegablemente humanista de David Simon. Al contrario, la propuesta de Chapiron rehuye del matiz para abrazar la brutalidad. No cae en prejuicios ni en simplismos ideológicos, pero porque más allá de la mera denuncia del sistema y en la desazón por las generaciones perdidas no parece muy interesado. Más bien prefiere apelar al bajovientre del espectador con un dramatismo implacable, casi en el límite de la auto-deslegitimación, de la que se libra al evitar excesos y artificios dramáticos -a pesar de terminar cristalizando en un clímax intenso, fuerte, altamente agresivo. El director pretende parecer lo más realista posible y usa actores no profesionales -estupendos todos ellos- para un guión que deja espacio a la semiimprovisación y que se mueve en los terrenos de la violencia, las drogas y una ausencia total de futuro o de alguna mínima perspectiva halagüeña. A ratos, los protagonistas parecen ser personajes de Larry Clark colocados en un ejemplo especialmente inflamado de free cinema.
Bien hasta aquí. El mensaje está expresado con claridad frontal y deja bien fijadas sus posturas sobre la crueldad, el abuso de poder y las posiciones dominantes. El problema es que aunque su mirada a la institución penitenciaria es ácidamente biliar también resulta un tanto convencional y poco autoinquisitiva. Sí, la propuesta es formal y narrativamente sólida, pero su rigor en el fondo suple una absoluta ausencia de novedad en los planteamientos y una inexistente voluntad por profundizar en las causas o consecuencias de lo que se nos cuenta. Apenas conocemos nada de entrada de esos tres jóvenes (las causas de sus respectivos internamientos quedan explicadas brevísimamente al inicio de la película) y a medida que avance al acción se nos irán exponiendo sus circunstancias, aunque quizá no lo suficiente: se echa en falta una mayor profundización en sus miedos y anhelos y en consecuencia una conexión con el espectador más sólida. Se echa de menos, en otras palabras, esa chispa de genio que trascienda los planteamientos, correctos pero en el fondo formulaicos.
No está del todo mal, en definitiva, la segunda película de Kim Chapiron. Ofrece lo que promete y se desenvuelve con seguridad en su género. Pero no debe tenerse menos en cuenta que quien busque un análisis profundo de los rasgos inherentes o ambientales que funcionan como resorte del mal en el ser humano deberá hacerlo en otro lado. Porque esto funciona bastante bien como drama agresivo y resulta en un efectivo entretenimiento con la indignación como marco de referencia, pero también fracasa como reflexión sobre los mecanismos de la violencia que rigen toda sociedad moderna por culpa de una mirada de corto alcance, loable pero en exceso tímida, decididamente modesta.
6/10
Por Xavi Roldan
Como se nota que nunca has estado en uno de esos, y te lo dice alguien que si estuvo en un centro de menores que era dentro de lo que cabe la cosas más suave. Y si hablas de violencia en la sociedad primero has de dejar claro a que sociedad te refieres por que los barrios de Europa y norteamerica no tienen comparación con los países que se llaman comúnmente <>. Sólo es un aporte.
ResponderEliminarBueno, lo normal es que el público no haya estado en uno de esos sitios. No va dirigida a quienes sí han estado, sino a los que no, para descubrirles una realidad.
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