Y es que la película, por decirlo en palabras pobres, duele a la vista. Desde los títulos de entrada (y atención a la banda sonora) ya se ponen en evidencia los objetivos de La vida inesperada. Más allá de lo comentado en el párrafo anterior, busca una sensación de añoranza y nostalgia a varios niveles, algunos argumentales (tal como Arévalo entra en la casa neoyorquina de Cámara, le llena la nevera de productos españoles; la posibilidad de una vuelta al país de origen marca las vidas de todos los implicados), otros puramente formales, siendo en este último apartado donde patina estrepitosamente. Abusando de desenfoques, de oscuros y de luces atenuadas, acaba confundiendo rápidamente un estilo retro, homenajístico o como quiera llamársele, con una pobreza inaudita en su puesta en escena, dejando una molesta sensación de caspa rápidamente traducida en apatía, una tristeza (involuntaria) de la que se contagia el espectador. ¡Es que hay momentos de tamaña oscuridad que incluso cuesta discernir lo que ocurre en pantalla! Y peor aún: Torregrossa, que si por algo había destacado en su anterior (y nada indigna) Fin era justamente por un savoir-faire envidiable a la realización, se antoja irreconocible, plagando su trabajo de planos vulgares, y cayendo en el error cuando en cambio parece arriesgar (porque espero que sean eso, decisiones arriesgadas) con demenciales pasajes absolutamente erróneos (esa conversación en el bar, plano-contraplano, provoca vértigos).
Por suerte, decíamos, el guion sí se mantiene en una línea constante de respeto y buen gusto (apenas si se le escapa algún gag de tipo pedorreta), absolutamente reverencial y, de hecho, apostando más que otra cosa por una historia humana, no exenta (ni mucho menos) de drama sin que por ello se vea perjudicada la sensación de cuento de hadas del tipo que se desprende del visionado de Historias de Filadelfia (por ejemplo). Y por donde la comedia (ligera, sincera) discurre del mismo modo en que lo haría en la vida misma. De manera que pese a que pueda rechinar oír a su reparto hablar en inglés, o ver a sus protagonistas españoles en plan rompecorazones (a Cámara y Arévalo se le suma Carmen Ruiz), en el fondo todo forma parte de ese juego entre la alta cuna cinematográfica americana y el cine de aquí. El actual, el que no se olvida de un mensaje con luz, sí, pero muy al final de un túnel que se adivina aún muy angosto. Línea, esa del allegro ma non troppo, que empapa cada trazo de cada uno de esta serie de personajes que a lo tonto, acaban haciéndose inolvidables. Mención especial para “la madre”, por cierto (Gloria Muñoz).
Así que hete aquí una película con muchos elementos buenos, y que por tanto bien podría haber dado la gran campanada (cualitativamente hablando) en estas épocas de negrura que marca el incomprensible éxito de Ocho apellidos vascos. Funciona la historia, funciona el libreto, funciona la música y funcionan los actores. Sin embargo, su apariencia es tan desafortunada que bien podría afectar en demasía el resultado final, condenándola a navegar en ese mar de mediocridades por donde pulula el 90% de los estrenos comerciales españoles. Pena, había chicha para mucho más.
6/10
Por Carlos Giacomelli
0 comentarios:
Publicar un comentario
- No toleramos bajo ningún concepto el SPAM. Todo comentario debe constar de un texto original, o de lo contrario será eliminado.
- Los posibles SPOILERS deberán ser avisados. En caso contrario, nos reservamos el derecho de adaptar o eliminar el comentario.
- No censuramos ni banneamos a nadie, pero por favor, un poco de respeto nunca está de más...