Con este desolador panorama llega a nuestras carteleras (bastante tarde por cierto) uno de los últimos fiascos a título póstumo del carismático actor, remake del film franco-israelí Mar Baum (1997), dirigido y protagonizado por Assi Dayan, y el cual no se caracterizaba precisamente por ser una obra de arte, orquestado en su vertiente yanqui por Phil Alden Robinson, (¿recordado? por su intervención en la saga de Jack Ryan con Pánico nuclear, o por la noventera, y medianamente disfrutable, Sneakers) y que sin duda parte de una de las premisas, junto con la situación que desemboca todo el conflicto, más absurdas y forzadas que servidor recuerda en el cine reciente. Henry Altmann es un abogado con una vida bastante infeliz (no desvelaremos aquí los motivos). Después de tener un día horrible, acude a la consulta de su médico para realizarse un chequeo. Allí encuentra a una joven sustituta que lo atenderá y que también está sufriendo un día terrible, y le acaba comunicando por error que le quedan sólo 90 minutos de vida. Henry comienza entonces una carrera por todo Nueva York intentando arreglar los errores cometidos en el pasado (con involuntarias pero morbosas similitudes con la vida real), mientras que la doctora trata de comunicarle por todos los medios que todo ha sido una equivocación. ¿Os parece chirriante? Esperad a saber que Peter Dinklage hace de hermano de Williams.
Tampoco ayuda en absoluto que la película pise todos y cada uno de los tópicos de este tipo de propuestas, no tanto por las acciones (cualquiera en dicha situación, seguramente intentaría hacer cosas similares) sino por como son ofrecidas al espectador, buscando la complicidad de la lágrima fácil mezclada con el sketch cómico, logrando algún que otro momento acertado (la fallida fiesta de examigos) pero rodeados de nefastas escenas (con especial naufragio en una de las, supuestamente, claves, como es el gran re-encuentro). Lo más destacado y divertido seguramente sea la aparición del mítico James Earl Jones, clavando su papel de dependiente tartamudo (y su consiguiente pérdida de tiempo vital para el protagonista), aunque no resulta suficiente para salvar de la quema este trasnochado tour sentimentaloide de redención personal paterno-conyugal-filial, que pese a empeñarse constantemente en hacernos partícipes de lo eminentemente trágico de la situación y de su inevitable desenlace, no consigue más que una enorme indiferencia ante el destino de tan desdichado personaje.
Si sumamos al cargado saco de defectos el hecho de que todo el elenco esté de espanto (especialmente sangrante es lo de Williams, llega a ser irritante hasta la exasperación tanto su personaje como su interpretación, y apenas en la escena de la grabación de vídeo es salvable), que Alden Robinson no parece excesivamente dotado para esto del cine (atención a la insultante escena inicial y su consiguiente elipsis) y que su guión naufraga desde la primera escena (ojo al recital de cosas que nos dicen que odia el personaje de Williams y su lógica en el posterior motivo de dicho estado), sólo podemos rendirnos ante la evidencia de tan triste resultado y despedida. A espera de Absolutely Anything de Terry Jones, último film rodado por el actor y que se supuestamente se estrenará el próximo año, El hombre más enfadado de Brooklyn supone un desastroso testamente cinematográfico para una figura bastante representativa del estrellato de Hollywood, aunque precisamente esta condición sea un reflejo bastante irónico de la peculiar subida a las alturas y su particular descenso a los infiernos que ofrece muchas veces la Meca del Cine a varias de sus grandes figuras (¿recordáis a ese que lleva disfrazado de De Niro 20 años?). Sea como fuera, tremendo despropósito de película no debe hacernos olvidar nunca que el sr. Williams fue quien enseñó a unos jóvenes estudiantes de colegio privado a recitar a Walt Whitman o quien pronunció aquellas tres mágicas palabras que ya quedan para siempre en el imaginario popular: Good Morning Vietnam.
2/10
Por José Antonio Bracero Díaz
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